miércoles, 4 de marzo de 2009

Los hunos y los otros I

Los hunos y los otros

Indro Montanelli transmite en su Historia de la Edad Media (16) la impresión que le causaron los hunos al historiador y soldado Amiano Marcelino cuando los vio en el año 395:
[Son] pequeños y toscos, imberbes como eunucos, con unas caras horribles en las que apenas pueden reconocerse los rasgos humanos. Diríase que más que hombres son bestias que caminan en dos patas. Llevan una casaca de tela forrada en piel de gato salvaje y pieles de cabra alrededor de las piernas. Y parecen pegados a sus caballos. Sobre ellos comen, beben, duermen reclinados en las crines, tratan sus asuntos y emprenden sus deliberaciones. Y hasta cocinan en esa posición, porque en vez de cocer la carne con que se alimentan, se limitan a entibiarla manteniéndola entre la grupa del caballo y sus propios muslos. No cultivan el campo ni conocen la casa. Descabalgan sólo para ir al encuentro de sus mujeres y sus niños, que siguen en sus carros su errabunda existencia de devastadores.
Los hunos son vistos como seres salvajes y no-humanos. Pero esto no es lo que nos presenta Valtario. El poder de los hunos es inobjetable, pero los francos y Aquitanos entrenados por ellos son incluso mejores. Estos salvajes llegan a querer a Haganón y a hacer suyos a Valtario e Hildegunda. El sentimiento no es recíproco, mientras Atila y Óspirin su mujer los ven como familia, como “pilar del reino”, Valtario manifiesta su odio por el país en el que se ha criado. De hecho las emociones nos la cuenta el monje Geraldo a través de Hildegunda en la huida:

El miedo los atormentaba incluso en los lugares más seguros. Tan recelosa está la doncella que, a cada susurro del viento, a cada vuelo de pájaro, a cada crujido de rama, le salta el corazón dentro del pecho y se estremece llena de terror. Pero la incitan a continuar el odio al país del destierro y el amor por la patria lejana (16-17)
Hildegunda es vista por la reina Óspirin, como una “hija adoptiva” sin embargo aquélla sólo parece recordar con cariño el país que abandonó en la más tierna infancia. La cena de la traición (a los hunos los pierde su propio exceso) si bien, demedida, muestra también el lujo de una corte. Los hunos son representados no como los salvajes, después de todo compartían muchas características con los pueblos germánicos que habían dominado, sino como un pueblo similar que le falta una calidad que sólo los héroes de occidente pueden. No hay un solo huno que pueda rivalizar con Valtario, nadie puede siquiera acercársele. Por eso Atila se retuerce del dolor al conocer la traición y quiere venganza:

“¡Ah, si alguno de vosotros me trajese aquí al prófugo Valtario, cargado de cadenas como un dañino perro lobo! A ése lo vestiría yo de oro finísimo, le regalaría tierras de las cuatro partes del reino y pondría tesoros a su paso durante el resto de su vida”. (17)

Pero el narrador nos advierte que no hay nadie capaz de tal proeza:

Nadie hay en un país tan grande, ni príncipe, ni duque, ni conde, ni caballero, ni vasallo, que, aun deseando demostrar sus propio valor y conseguir fama inmortal derrochando coraje, y ambicionando al mismo tiempo llenar de oro su bolsa, nadie hay capaz de perseguir a Valtario con las armas en la mano y pelear con él cara a cara. (17)

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